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El odio a la igualdad, la oscuridad irreductible y el desafío de la condición humana

Fuente de imagen: radio Cut

En esta entrevista, el reconocido ensayista, crítico cultural y profesor universitario Alejandro Kaufman vuelve a problematizar en torno de las operaciones negacionistas y sus efectos de sentido, al tiempo que ofrece su mirada y reflexión sobre el proyecto de Javier Milei al frente del gobierno y el panorama que se vislumbra por estas horas, a 40 años de democracia.

Entrevista realizada por Alexis Rasftopolo*

En un artículo que publicó en mayo pasado, “Lo funesto avanza”, señala que la operación de banalización de los crímenes de lesa humanidad a través de expresiones negacionistas, en contraposición a tratarse de una “mera opinión” es, en rigor, una forma de continuación  de esa lógica tanática de negación de la condición humana. En ese sentido apunta a la formación de una “doxa” que naturaliza y alimenta un régimen discursivo que habilita a la relativización cuando no a la incentivación de vulnerar al otro de tal manera que se omita la gravedad performativa de dicha acción. De allí el señalamiento que la disputa por el sentido no debe darse en un plano puramente memorial, museístico, de debate, sino que debe repararse en la dimensión jurídica sobre las consecuencias de tales maniobras negacionistas.

Pues bien, a nueve o diez días de asumido el gobierno de Milei, Villarruel y sus aliados, ¿Cuál es su reflexión sobre las  posturas enarboladas en este sentido  tanto por los referentes de este frente político, como por la gravitación mediática y las construcciones de sentido que se vienen formulando?

Aquel artículo reproducido por El cohete a la luna había sido publicado originariamente por La Tecla Ñ bajo el título “La banalización no es un crimen sino una opinión”[1]. Al cambiarle el título y el copete, la publicación en el Cohete contribuyó a cierta confusión sobre lo allí planteado. Por otra parte, ese artículo remitía a otro anterior titulado “El negacionismo no es una opinión sino un crimen”[2]. La palabra crimen no está usada en sentido jurídico sino ético, como cuando consideramos que ciertas acciones no deben consentirse. Que sean reconocidas por el plexo jurídico es otro plano de la cuestión. En la vida social, aunque no lo razonemos conscientemente, sabemos que delito y crimen no son sinónimos, y es por ello que los delitos en las instituciones democráticas están siempre en debate, mientras que los crímenes dependen de otras instancias socio ético políticas para su distinción. La noción de crimen se coteja con instancias consuetudinarias relacionadas con hábitos, pero también con las formas en que tiene lugar la recepción de transformaciones procedentes de los fenómenos de modernización, tanto científico técnica como de creencias y costumbres. Los enunciados negacionistas son tipificables y objetivables porque remiten a acontecimientos que tuvieron lugar en el orden factual, con la característica singular de haber sido ocultados por sus perpetradores cuando sucedieron, de modo que se produce una paradoja. El Estado definido como agente de la historia y de lo público extermina en forma clandestina a una parte de la población para que se la olvide como si nunca hubiera existido. El exterminio es en sí mismo una negación, tanto por el acto en sí, como por su clandestinidad. Interrumpido el exterminio por la caída de la dictadura en nuestro caso argentino, negar lo sucedido o relativizarlo se afilia al acto perpetrador mismo porque abre la posibilidad de que se repita en lugar de validar la consigna irreductible del Nunca más.

La banalización puede acompañar al negacionismo y suele hacerlo, pero por sí sola no tiene relevancia criminal ni la puede tener solo jurídica porque es una opinión debido a que no concierne solo a los hechos objetivables sino a cómo recordarlos, conmemorarlos, narrarlos o describirlos. Cómo hablar acerca de algo, un acto de habla que no pone en cuestión lo factual sino las formas de la representación, es de modo inherente discutible y en la historia reciente de la memoria colectiva en general no se han alcanzado acuerdos exhaustivos al respecto. Rememorar es debatir cada vez sobre cómo hacerlo. Y dado que a los crímenes exterminadores se les atribuye una singularidad intangible -lo cual forma parte de las discusiones- banalizar es como profanar esos rasgos de singularidad e intangibilidad. Ahora bien, el negacionismo, además de producir enunciados sobre los hechos, los banaliza en un sentido profanador, no de debate estético o memorial. Banalizar es reprochable en el contexto del negacionismo, no en el de la memoria. Esta distinción se fue haciendo cada vez más necesaria por la dinámica misma de los procesos de memoria, pero también últimamente porque algunas derechas negacionistas a quienes se les aplica la etiqueta de nazis pretenden que tal designación es banalizar el holocausto, y por lo tanto un supuesto delito, todo lo cual es jurídica y políticamente una patraña, una invención deliberada y arbitraria que ha contribuido a la confusión. Designar a alguien como nazi es una enunciación opinable, política y argumentable pero no es una segregación racista ni de ninguna otra índole reprochable, como lo son las dirigidas contra víctimas de crímenes de odio, racistas o de lesa humanidad. Designar a alguien como nazi es argumentable en tanto reproche hacia sus actos o a sus dichos, no va dirigido contra su existencia, ni implica tampoco ninguna de las consecuencias de las segregaciones contra víctimas.

Como se verá, el campo discursivo pertinente se ha vuelto cada vez más complejo debido al auge de derechas negacionistas que ganan elecciones u obtienen numerosos votos y representaciones parlamentarias en muchos países.

Dicho todo esto, finalmente tratamos de delimitar el problema: el negacionismo es una dimensión discursiva del exterminio, no es una opinión, ni un parecer, ni una argumentación historiográfica. Existe una abundante casuística para sostener este tipo de análisis, que además en principio no remite a algo dicho por cualquiera en la cola de la verdulería, sino a expresiones que por su lugar de enunciación o masividad puedan inducir daños verificables: instituciones, empresas, medios de comunicación.

Por último, en aquel artículo sobre la banalización planteaba de manera más extensa que lo memorial para ser compartido en forma masiva se torna “común” y por lo tanto remite a la etimología de “banal”, de ahí que quienes adhieren desde su punto de vista a preservar a la memoria respecto de lo “común” y de lo “banal” son quienes más insisten en sostener los núcleos de significación de la memoria en el orden de lo sublime. No es un debate fácilmente accesible, sí es corriente en cierta bibliografía estética, filosófica y museística, que por su sola gravitación excluye decisivamente toda posibilidad de legislar sobre la banalización. El hecho de registrar la banalización en el contexto del negacionismo permite delimitar mejor la cuestión, pero no deja de ofrecer una complejidad problemática. En fin, creo conveniente delimitar la problemática del reproche al negacionismo con la aclaración de que la banalización como reproche solo es identificable como una adjetivación situada en el contexto del negacionismo.

En cuanto a los días que corren, la guerra contra el pueblo y la instauración tiránica ya anunciadas en la construcción de la candidatura y en la campaña electoral de un modo malicioso como si estuvieran justificadas por una catástrofe inexistente, inventada y sostenida por un colosal aparato de publicidad, y que su blanco fuera algo llamado casta -también una invención arbitraria-, estalló de hecho desde el acto mismo de la asunción presidencial. La espalda al congreso mantenida como actitud en la ceremonia fue congruente con numerosos gestos precedentes, todos ellos en detrimento de la institución parlamentaria y de la política en general. Guerra es un término que ellos emplean cuando lo aplican al “periodismo de guerra” o al “marketing de guerra” y no supone una condición bélica literal directa sino el uso de estrategias de destrucción de quienes son objeto de definición como competidores o adversarios en el plano moral, político o económico. Cuanto más se deslice una lógica de convivencia hacia formas de competencia excluyente, en términos adversativos de ganar y perder, más aplicable y justificada aparece la metáfora bélica. Además, el uso de esa metáfora es concomitante con escenarios literalmente bélicos, conexos directa o indirectamente. De las estrategias de intervención sobre la sociedad forma parte inducir, promover o suscitar disonancias cognitivas que en otros periodos han dado lugar a confrontaciones simbólicas o políticas y que en esta situación alcanzan una condición extrema de encubrimiento de un conato sacrificial colectivo al que se sujetan narrativas futuribles. Se usan términos como “esperanza” y se albergan expectativas invertidas en horizontes distópicos distanciados de toda genealogía conocida, las que van desde la invocación de creencias mágicas, seudomísticas y supersticiosas, hasta negacionismos climáticos y ambientales o desmembramientos corporales y filiales.

Lo primero que la sociedad pierde ante esta escena es su horizonte de expectativas, una temporalidad orientada a un futuro plausible y realizable. De ahí que en la oposición haya surgido la consigna del derecho al futuro. Entendida la democracia como derecho al futuro y una devastación lindante con un genocidio social entendida como una expropiación del futuro en favor de un presente de miseria material, moral y cultural. Estas observaciones remiten a lo que se necesita encarar en estos días, recuperar el futuro, un orden social más igualitario, una justicia social recuperada.

Estos son los marcos contextuales en que se lleva a cabo una descomunal redistribución de la riqueza a favor de los capitales concentrados, con un anunciado y falsamente justificado empobrecimiento brutal de millones de personas en nombre de una inexistente emergencia causada por un enemigo ficticio. Dejemos abierta la pregunta decisiva: ¿cómo es que hemos llegado a esta situación? De salir de la trampa en que hemos caído está desafiada la sociedad en su mayoritario conjunto, rehén de poderes económicos concentrados e impunes.

¿Podría compartirnos un análisis en torno de las medidas económico-políticas implementadas en estos nueve o diez días de gobierno de Milei en alianza con el macrismo y la derivación o implicancia que ellas tienen en el plano de la cultura?

En última instancia, el proyecto conceptual de Milei consiste en una reforma social, política e institucional que tiene como premisa la abolición de toda obligación ética, moral o social hacia nadie más que a la propia persona. De ahí que aun si se tienen hijos o hijas no hay contraída ninguna obligación hacia la descendencia y la familia, salvo en términos del derecho a la propiedad y por lo tanto de lo enajenable. Todas las civilizaciones conocidas tienen como premisa la obligación hacia el otro o la otra, incluso hacia animales y ambiente, el pasado y la memoria. Podríamos definir así la cultura, en términos provisionales y conjeturales: la cultura abarca las formas diversas y heterogéneas en que en diversos tiempos históricos y lugares se constituyeron tramas simbólicas cuya premisa es la obligación con el otro o la otra. Pretender abolir esta premisa es una aberración criminal e inviable que ha constituido a nuestro país en un experimento de anti cultura. Podríamos desprender casi todo lo demás desde esta consideración, y no por la sagacidad de la consideración misma sino por la simplicidad fundamentalista sobre la que descansa el anarcocapitalismo “filosófico” que nos gobierna. Una cosa es considerar el cuidado de sí como una variable en tensión con el lazo social, otra cosa diferente es teorizar de modo especulativo, utopista o literario sobre la inexistencia o supresión del lazo social y una tercera cuestión que ya nos arroja al abismo es gobernar sobre la base de esas ideas. La tensión entre el cuidado de sí y el lazo social supone el fundamento conflictivo de la política, ámbito y concepto en que se ha de dirimir esa tensión. Un mercado librado a su suerte carece de la competencia para compensar el conato de acumulación ilimitada de riquezas en pocas manos, en conflicto con lo que nos vincula con lo demás en términos de convivencia. La lógica de la acumulación ilimitada que se desencadenó desde la simbólica caída del muro en 1989 nos ha abrumado desde entonces con un movimiento hacia la anomia, hacia la liquidación de la política en favor de la “economía”, atribuyéndole a esta un carácter de ley de la naturaleza. Por otra parte, todo lo que se nos ha hecho saber sobre la relación entre La libertad avanza y la cultura “culta” en el sentido de producción de sentido en el campo de las artes y los saberes humanistas solo nos augura por ahora un horizonte de oscuridad irreductible, dado que se han ocupado de practicar sistemáticamente un acoso difamatorio sobre todo aquello que meramente no pueda ser reducido a valor pecuniario. Podrá argumentarse que el capitalismo no se reduce a una visión tan estrecha como tal, pero esta es una de sus manifestaciones extremas, y ha conseguido presentarse ante una parte de la sociedad como una promesa salvífica orientada hacia un mundo incompatible con la existencia humana en su plenitud.

¿Podría hablarse de que hay una suerte de cancelación del sentido común más elemental, por cuanto observando las medidas de ajuste implementadas es evidente que las consecuencias de tales decisiones (desregulación de precios de alimentos, de servicios públicos como el transporte, la cancelación de la obra pública, etcétera) impactará negativamente, tarde o temprano, en quienes han votado a esta fórmula?

Efectivamente, nos encontramos ante un fenómeno global que en la Argentina adquiere un extremo rasgo vinculado con el embargo de masas, entendido como una captura o reclutamiento de subjetividades cuyo eje es el odio a la igualdad fundado en el resentimiento que el narcisismo de las pequeñas diferencias agiganta hasta sofocar toda sensatez sobre las relaciones sociales y políticas que definen la vida en común. El rechazo resentido a que la distribución equitativa de la riqueza no responda a un orden geométrico, motivo de incomodidades o de conflictos, es reclutado por un dispositivo que organiza esas afecciones alrededor del odio a un enemigo. Esto ya sucedió antes y llevó al mundo a condiciones catastróficas inéditas. Cuando pretendemos que no se repita solicitamos prevenirnos de los primeros signos emergentes antes de que sea tarde. ¿Cuándo es tarde? La temporalidad, en la medida en que avanza este tipo de opresión cancelatoria, se reduce a si se puede sobrevivir, salvar lo que se pueda. Hay todavía, no obstante, algunos umbrales decisivos frente a los cuales tenemos la oportunidad de ejercer una defensa, como por ejemplo, denegar la delegación de poderes en favor de la suma del poder público. El problema es que al haberse cancelado la sensatez en una parte de la población, aunque presumiblemente no en toda la que adhiere a este destino funesto, el mero impacto negativo sobre esas subjetividades puede no ser causa de disipación del hechizo. Nada nos permite descartar que cierta parte de ese colectivo persista en su ajenidad respecto del sentido común aun en condiciones extremas de padecimiento. Esto también ya ha sucedido en la historia. En ese sentido se nos ha introducido en una trampa, es decir, en una situación en la que permanecer es gravoso pero salir de ella no puede ser sin costo. Desde luego, la decisión de qué hacer, transcurridos ciertos límites de los cuales no estamos lejos, ya podrá no depender del costo porque en el largo plazo solo puede ser deseable la emancipación, cualquiera que sea el costo. De esto se trata de conversar en estos días.

A su juicio, a 40 años de democracia: ¿qué preguntas deberíamos hacernos para intentar dilucidar como llegamos a este escenario socio-político y cultural actual?

Las fuerzas sociales que desenvuelven estos acontecimientos desgraciados forman parte de la condición contemporánea desde que surgieron bajo la forma del fascismo hace un siglo. No son remediables en última instancia, sino solo delimitables por un borde marginal. El sistema capitalista burgués produce como una de sus salidas esta configuración de las subjetividades colectivas. Las institucionalidades democráticas tienen como condición y propósito preservar la vida en común mediante la delimitación preventiva del fascismo en sus múltiples variantes e iniciativas, ya sea de discursos de odio, racismos, misoginias o violencias simbólicas.  A la vez, para sostener estas condiciones, las democracias no pueden sino ser vulnerables a estos conatos totalitarios, por la paradoja de que actuar sobre ellos de maneras no democráticas sepultaría el propósito alegado de la defensa de la propia democracia. En nuestro caso en particular, un componente de las condiciones por las que hemos llegado a este punto es que hemos sido perseverantes y decididos como sociedad en algunos aspectos vinculados con los derechos humanos, aquellos consabidos que nos confirieron prestigio internacional, pero en otros no hemos avanzado en absoluto e incluso hemos retrocedido.

En favor de una mención sintética señalaremos dos cuestiones. En nuestra historia reciente hemos tenido una visión simplista e ingenua de la libertad de expresión que nos privó, por ejemplo, de que el estado asumiera sus responsabilidades normativas hacia el negacionismo de la dictadura y otras violencias simbólicas conexas. Hablo de responsabilidad por parte del plexo normativo y de las políticas públicas, y no de un enfoque punitivo. El castigo es solo una dimensión de las prácticas estatales de la que no se puede prescindir cuando la institución estatal se reconoce responsable. Sin embargo, de las políticas de justicia depende abordar enfoques punitivistas o prevalecientemente preventivos y de conciencia pública. Esto ocurre con muchos temas alrededor de lo que una sociedad considera reprochable como acto o palabra. Por desgracia, en el debate sobre esta cuestión triunfó un punto de vista conceptualmente indigente, desestimador de toda prevención anti fascista desde una perspectiva liberal incauta.

En segundo lugar, y de un modo no del todo ajeno al punto anterior: en la postdictadura se impuso el reproche social a la perpetración de los crímenes contra la humanidad, de un modo encomiable, aun cuando con muchos altibajos, pero a la vez se absolvió a los responsables no militares de la dictadura y en particular a las políticas económicas diseñadas contra los intereses populares y en favor de las corporaciones capitalistas. Lo que ahora sucede es consecuencia de esa distinción sesgada más que de ninguna otra cosa. El menemismo cumplió un papel decisivo en sostener y profundizar este sesgo, y la diatriba continua contra los gobiernos de 2003 a 2015 impuso de hecho en el sentido común que ganó las elecciones una noción de dónde reside el poder real y en quién conviene acreditar esperanzas no importa cómo ni con qué consecuencias, siempre que afecten al otro.

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Alejandro Kaufman, CV básico:

Alejandro Kaufman (Buenos Aires, Argentina, 1954), crítico cultural, ensayista y  profesor universitario en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes. Investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Fue profesor visitante en las universidades de Bielefeld, San Diego, Zürich y ARCIS, Santiago de Chile, y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Es miembro fundador de la revista ”Pensamiento de los Confines” e integrante de su comité de dirección. En 2012 Ediciones La Cebra publicó su libro La pregunta por lo acontecido. Ensayos de anamnesis en la Argentina del presente.

*Alexis Rasftopolo Doctor en comunicación social, docente, gestor cultural, coordinador del proyecto Circuito por la Memoria (FHCS-UNaM)

[1] Véase: Kaufman, A: “La banalización no es un crimen sino una opinión”. En: La Tecla Ñ, mayo, 2023. En línea: https://lateclaenerevista.com/la-banalizacion-no-es-un-crimen-sino-una-opinion-por-alejandro-kaufman/

[2]  Véase: Kaufman, A: “El negacionismo no es una opinión sino un crimen” En: La Tecla Ñ, abril, 2022. En línea: https://lateclaenerevista.com/el-negacionismo-no-es-una-opinion-sino-un-crimen-por-alejandro-kaufman/

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Publicado en: Secretaría Académica