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Texto narrativo de EDUVIM en repudio a la Ley Ómnibus

(EDUVIM) Texto narrativo en repudio a la Ley Ómnibus enviada por el Poder Ejecutivo al Congreso Nacional, en la cual se incluyen varias medidas regresivas contra la cultura argentina, principalmente, el desfinanciamiento a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP).

Yo acuso, soy bibliotecario y acuso. Todo comenzó como una quimera desmadrada. Como una pesadilla debajo de las pesadillas. Entonces los caballos nocturnos se volvieron en realidades palpables. Fue cuando esa realidad nos conquistó. ¿Te cuento la crueldad de este puro cuento de lo real? ¿Querés que te susurre, en su nueva versión, el cuento de la buena pipa y el del gallo pelado?

Yo acuso y como bibliotecario te lo cuento.

Había un país de cuyo nombre nos cuesta acordarnos. Un país de colores y tonalidades argentinas. Con un río pardo y espumoso como el delta de los abrazos. Su historia tuvo más desencuentros que encuentros. Con muchas llegadas y muchas partidas. Con divisas fratricidas y hermandades colectivas. No fue ni es un país elegido, sino una tierra señalada por las personas que se orillan a sus costas cuando el mundo se quiebra y estalla en mil pedazos.

Pero, ¿te lo cuento? Yo, bibliotecario, acuso y te lo cuento.

En un día de las vísperas resultó que un hombre-león, como en una fábula de Esopo o Fedro, se convirtió en su presidente. Un gobernante de los bien votados. Un patrón y señor entre los amos y animales. Con un maravilloso don ubicuo: de estar fuera y, a la vez, dentro de la casta. Porque a poco de gobernar se alzó con la suma del poder público. Tomó las decisiones que muy pocos querían y la mayoría no deseaba.

Así que yo, en tanto bibliotecario, acuso y te lo cuento en esta hora del cuento.

El hombre-león redactó, a varias manos de las más solícitas, un proyecto de Ley Ómnibus. Con más artículos que mosquitos y gotas de agua tiene la mar. Un recinto que se llama Congreso, en un futuro de los cercanos, decidirá si ese gran micro continuará su marcha o se detendrá. Aún todo está escrito en condicional aunque puede ser real. Tampoco se sabe en qué modo se aplicará. Pero sí sabemos, queridos lectorcitos y queridas lectorcitas, querides oyentes, que limitará el teatro (artículos 587 y 588), la cinematografía (artículos 558 en adelante), que decretará la clausura del Fondo Nacional de las Artes (artículos 589 y 590), la supresión de la Ley del Libro 25.542 (artículo 60) hasta hoy vigentes, y tantas cosas que los dedos de los pies no son nada comparados con esa muchedumbre de los cercenes (en el fatídico “Capítulo III – Cultura”). Porque un buen lema, cuando las condiciones de vida nos agobian y las broncas trepan por las paredes, es la espada del cercén, la que corta por el gusto de segar con su afilada guadaña.

De todo esto no puedo opinar en detalle debido a la complejidad del tema que me abruma y excede. Pero sí, queridos y queridas, podemos hablar sobre la reducción presupuestaria que podrían sufrir la mayoría de las bibliotecas populares. En el articulado de la Ley Ómnibus, desde el artículo 591 al 599 inclusive, se intenta modificar y derogar varias entradas de la Ley 23.351 de Bibliotecas Populares. Es decir, el corazón mismo de su gobierno y los instrumentos de su subsistencia económica. ¿Se los cuento para que esta incertidumbre desaparezca como si fuera el sortilegio de un mago o una maga? Empiezo de vuelta, ¿como el cuento de la buena pipa o del gallo pelado?

Hubo una vez una revolución en estos confines purpúreos del sur de América, y ese brío de la emancipación, de la verdadera libertad, se llamó Revolución de Mayo. Su movimiento fue una bola de fuego creadora. No era un volcán destructor al rodar por varias naciones. Para vivir y propagarse necesitaba crearlo todo. En su voracidad de los fermentos creó, en el centro de la lucha por la independencia, una biblioteca pública. Una biblioteca pública para el pueblo y todos los pueblos del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Una residencia de los libros sospechosamente popular y plebeya. La biblioteca fue pensada por los integrantes de la Junta como una herramienta ilustrada para afianzar la Revolución. Por lo tanto, si por una razón de libre mercado o de ajuste fiscal, esos hombres hubieran aplazado su inauguración en marzo de 1812 (los recursos no existían y la situación no era urgente como ahora sino dramática), seguramente no existiría la actual Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Insisto con mi yo bibliotecario, y acuso que si se reduce el apoyo pecuniario a las Bibliotecas Populares, ya sea por una mera o arbitraria clasificación de ellas o por la falta de ingresos provenientes de gravámenes a los premios de la lotería, o por lo que sea, se estaría en contra de la razón fundadora y de la esencia de la Biblioteca Pública en la Argentina.

Así que, lectorcitas y lectorcitos, este cuento no se reduce simplemente a ver cómo deviene en una gastada mercancía el cautivante universo de la lectura. También les cuento (otro cuento del gallo pelado) que en la década del noventa del siglo pasado, cuando los lectores eran tratados como clientes en las bibliotecas, en Europa se intentaron privatizar varias bibliotecas públicas. Y que esto resultó un rotundo y hermoso fracaso. Ya que rentar una lectura, dentro de un ámbito público, es un contrasentido. Un contrasentido que solo pueden saltar por encima de su valla aquellos y aquellas que tienen medios para comprar los libros. Porque un pequeño emprendedor, en este caso un lector o lectora sin medios, necesita del apoyo de un gobierno para iniciar su carrera en los estudios. No se trata, entonces, de modelos políticos ni ideológicos, se trata de respetar la lógica y el sentido común del alma humana.

Por cierto que es muy importante en nuestra sociedad la construcción política, mis queridos y queridas oyentes. En esto estoy de acuerdo con el hombre leonado. Disminuir y minimizar los ingresos de las bibliotecas populares es una medida ómnibus estrictamente política. De fuerte y belicosa tonalidad ideológica. Aunque no de alta decisión y estrategia sino, más bien, de bajo espíritu de mercadeo. Cuando se achica una de las pocas decisiones de política cultural para construir una nación que ha llegado a nosotros luego de más de 150 años, tal como la pensó Sarmiento en 1870 al fundar las bibliotecas populares, se tira por la borda la visión de un estadista que quería ciudadanos para su suelo natal y no vecinos aislados del Estado. Tampoco creemos, lectores y lectoras, hombrecitos y mujercitas que ahora me escuchan, que Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi (basta detenerse en sus obras publicadas y archivos) hubieran querido menos libros para los habitantes de la Argentina.

También es poco creíble, aún en el ritornelo y la coda del cuento del gallo pelado, que el gobierno de Julio A. Roca, al promulgar la Ley 1420 de Educación Común en el año 1884 (Ley de instrucción primaria obligatoria, gratuita y gradual), intentara como primer objetivo evitar la alfabetización masiva de la población y, en consecuencia, vedar el acceso a los libros y las bibliotecas.

Además, si viajáramos en el tiempo, hacia el pasado, sostenidos por la alfombra mágica de las obras literarias (¡otra vez los libros!), tendríamos el privilegio de observar los muñones de Adam Smith y David Ricardo: ya que se habrían mutilado su brazo derecho antes de limitar la circulación de la cultura impresa. Porque el pensamiento liberal también constituía una práctica progresista para alfabetizar con la escritura y la lectura a las masas y sectores sin letras, a los condenados a las pocas palabras. Entonces la fuerza de la historia tenía su demanda en el progreso y en el trabajo, y muchas veces podía carecer de altruismo. Se avanzaba, no obstante las diversas maneras de pensar las soluciones económicas y el salario irrisorio de hombres y mujeres. Pero esto ya es harina de otra bolsa.

Por eso, yo bibliotecario, acuso la falta de sentido común (o la abundancia de pensamiento político reduccionista y jibarizado). Acuso la vacancia para fomentar y continuar impulsando los libros, en su más diversa materialidad. Todavía más en nuestra Argentina de las necesidades del leer y escribir. Porque los libros y las bibliotecas del mundo con ingreso público, estatal e irrestricto, construyen la felicidad y la paz de ese mundo. Son una estancia de la dicha y la gracia. Por eso, yo bibliotecario, acuso, desde una biblioteca popular de provincia, en su hora del cuento, la necesidad de defender y levantar una invocación por este tipo de bibliotecas ciudadanas.

Yo sé que ustedes, lectorcitos y lectorcitas, casi no podrán entenderme. Me dirán que cuento un cuento que nunca termina. Un relato de pipas y gallos pelados para grandes: una pequeña narración en el cosmos impiadoso de los adultos. Es verdad. Pero les hablo, también viajando en la nave del tiempo, para cuando sean mayores. Les digo además que una vez existió un escritor italiano, Giuseppe Tomasi di Lampedusa y que este gran autor escribió la novela El Gatopardo. En esa novela los que defendían el orden de lo más antiguo y retrógrado se ocultaban y adaptaban a lo nuevo bajo las ropas novedosas de los cambios revolucionarios. En los pasillos y en voz baja, murmuraban: “Vamos, que todo cambie para que en el fondo todo siga igual”. Una filosofía para retroceder hacia el más agudo ocultismo medieval. Así es este fabuloso proyecto de Ley Ómnibus, que más bien representa un ferrocarril con varios vagones que incrementan su formación en cada estación que deja atrás. El simulacro de un cambio profundo que es el regreso a nuestro más puro siglo XIX, pero sin trenes ni colectivos.

Por eso, yo bibliotecario, acuso. Acuso el deseo de fragmentar y atomizar nuestra cultura y nuestra identidad. Acuso la voluntad de poner un manto sobre nuestras cabezas para cubrir lo que llevaron a cabo varias generaciones de argentinos y argentinas, cualesquiera hayan sido sus ideas políticas. Acuso la intencionalidad foquista del Proyecto de Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos que preconiza la “segmentación de la ciudadanía” en numerosos grupos de protesta y ceder, como objetivo final, a nuestra propia nominación. Porque para borrar una tradición es necesario borrar los nombres. Hacernos innombrables. Acuso y digo, yo bibliotecario, que la noche sin estrellas se cierne sobre las bibliotecas populares ideadas por Domingo Faustino Sarmiento. Como el discípulo más intrascendente y menor de Émile Zola: Yo, acuso.

Sí, mis lectorcitas y lectorcitos, sí mis lectores y lectoras del porvenir, yo acuso. Para que la hora del cuento en este pueblo norteño de la patria, donde hoy trabajamos como todas las mañanas, con pocos pobladores y pocos lectores, no se pierda en la última recorrida de un micro que transita a gran velocidad. Porque como todos los bibliotecarios y las bibliotecarias lo saben: salvar a un solo lector y a un solo libro es salvar a la humanidad.

Por eso, yo bibliotecario, acuso. Acuso sin catástrofes bíblicas ni sociales. Acuso y rescato la belleza religiosa de los salmos y su poética del Viejo Testamento. Acuso como rogativa, oración y plegaria. Acuso para dejar a un lado los carajos discursivos. Y repito. Repito y repetiremos las palabras y los conceptos a lo largo de este texto. Porque la repetición y su reiteración de los gallos pelados, es un jinete que cabalga en la memoria. Una amazona de la memoria.

Y que los ímpetus de los cielos, reflejados en el espejo de la vida y los “dioses de bien”, nos sean propicios y nos liberen de las miradas de lo oscuro.

Alejandro Parada es Doctor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en el Área Bibliotecología y Documentación. Ha sido profesor de la asignatura “Historia del Libro y de las Bibliotecas”, perteneciente a la Carrera de Bibliotecología y Ciencia de la Información de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UBA. Fue investigador del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas (INIBI-UBA-FFyL) y Secretario de Redacción de la revista Información, cultura y sociedad de esa casa de estudios.

Se desempeñó como Director de la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras desde 1990 hasta 2022.

Es autor de varios libros sobre Historia de la Lectura e Historia de las Bibliotecas. Por mencionar algunos: Cuando los lectores nos susurran (2007), Los libros en la época del Salón Literario (2008), Los orígenes de la Biblioteca Pública de Buenos Aires (2009), El dédalo y su ovillo (2012), Cruces y perspectivas de la cultura escrita en la Argentina, dir. (2013), Lectura y contralectura en la Historia de la Lectura (2019), Bajo el signo de la Bibliotecología (2023), estos dos últimos publicados por Eduvim, Editorial en donde dirige la colección Calímaco.

(Fuente: página de EDUVIM – Editorial Universitaria de Villa María)

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Publicado en: Secretaría Académica